Carta a Mariola

domingo, 17 de mayo de 2015

LA CHICA DEL AUTOBÚS.

En vista de que hace un tiempo que el mundo del ajedrez de competición me decepciona bastante, voy a seguir publicando mis artículos, escribir es totalmente accesible, no se necesita ninguna beca y, que yo sepa, aún no se ha inventado ningún artilugio capaz de expresar sentimientos, ideas, etc. al que poder consultar. Esto es talento puro, se tiene o no se tiene, (en mayor o menor medida) Espero que les guste.

LA CHICA DEL AUTOBÚS.
Por: Francisco González García.

Imagino que pensó que me faltaban al menos un par de tornillos, era domingo, yo había ocupado mi asiento en el autobús que me llevaría de Úbeda a Jaén, al día siguiente debía hacer un examen, ella subió al autobús y se sentó a mi lado, la miré fugazmente, era muy guapa, tan guapa que me ponía nervioso, afortunadamente mis nervios eran fácilmente disimulables, mi mente estaba en otro sitio, no lejos de allí...

Aquella tarde, al entrar en la estación de autobuses, un cartel pegado en la primera columna llamó mi atención, resulta que la Unión Europea ha declarado 2003 Año Europeo de la Discapacidad, no, no ha sido un día, ni dos, todos y cada uno de los países miembros de la Unión Europea dedicarán importantes esfuerzos ¡durante todo un año! ha mejorar la calidad de vida de personas que como yo, sufrimos algún tipo de discapacidad, esto da idea de la situación en la que nos encontramos, poco a poco se van consiguiendo cosas, pero sin duda, aún queda mucho camino por recorrer.

Sin embargo, en mi primera colaboración para esta revista, no está en mi ánimo escribir otro de mis ya clásicos, reivindicativos y profundos artículos sobre el mundo de la discapacidad, este año está siendo especialmente duro para mi familia, para mí, en esta ocasión quiero divertirme escribiendo, en esta ocasión incluso me podéis tachar de frívolo, pero así es como me siento, porque la vida es tremendamente injusta, porque la muerte siempre será algo absurdo y sin sentido, y sobre todo, porque en estas fiestas, echaré de menos a Javi.

No obstante, considero de justicia detenerme a agradecer a nuestro Consistorio el que haya tenido a bien conceder un local al grupo de voluntarios que dedican su tiempo a personas discapacitadas que, a estas alturas ya son como de la familia. A mi juicio, dicho local abrirá un interesante abanico de posibilidades pero en ningún caso debe pensarse en una actuación profesional, para la que obviamente ninguno de los voluntarios estamos preparados.

En consecuencia, vuelvo a hablaros de la chica del autobús, del curioso cartel que fue causa de un no menos curioso viaje y que contenía una serie de consejos para saber cómo tratar a las personas que sufren alguna discapacidad.

Lo primero fue leerlo atentamente ya que también yo soy discapacitado físico, y claro, me interesa saber cómo deben tratarme, me sentí un bicho raro, ahora resulta que es necesario colgar carteles que informen de cómo deben tratarme, los consejos eran innecesarios por evidentes, o quizás a mí me lo parecían, pero por mi mente pasó la idea de que lo que es evidente para mí, puede no serlo tanto para otras personas.

Si, ya sé, estamos en el año 2003 de la era de nuestro Señor Jesucristo, todo esto ya debía estar superado, pero es innegable que si ese cartel permanecía allí, ante mis narices, pegado en una fría columna de estación de autobuses, es porque alguien había considerado que es necesario a la vez que útil, por mucho que a mí me haga sentir como un bicho raro y por mucho que sus consejos me parezcan elementales.

Estuve a punto de pegármelo en la espalda, para informar a la gente de cómo debe tratarme, pero decidí dejarlo allí, pegado en aquella columna, para que siguiera cumpliendo su labor informativa.

Una vez acomodado en el autobús, seguía pensando en el dichoso cartel, e imaginaba situaciones de lo más disparatadas, imaginaba sucesivas columnas, todas con sus correspondientes carteles, porque... seamos sinceros, ¿qué hombre no ha deseado alguna vez tener un cartel para entender a las mujeres?, ¡sin duda se pagaría a precio de oro!, afortunadamente ese cartel jamás existirá, las mujeres son así, encantadoras, unas más que otras, sin duda, pero encantadoras, no hace falta entenderlas, sólo amarlas, de todas formas... ¡ellas tampoco nos entienden a nosotros!

Esta y otras elucubraciones por el estilo me hacían sonreír, ¡qué digo sonreír!, tenía que hacer verdaderos esfuerzos para contener la risa, claro, mi guapa acompañante no entendía nada, mientras yo seguía viendo carteles por todas partes, ¿cómo tratar a la suegra, a los políticos, a los marginados, a los ancianos, a los inmigrantes, a las mujeres...?.

Intentaba disimular, miraba a través de la ventanilla eludiendo su mirada porque ¿cómo explicarle que mi inexplicable risa era debida al dichoso cartel?, sólo faltaba decirle que soy estudiante de Psicología, ¡me habría tomado por loco!. Luego recordé la última secuencia de carteles imaginarios y mi sonrisa desapareció por completo; Ancianos, inmigrantes y mujeres.

Ancianos abandonados en gasolineras o en los pasillos de urgencias de cualquier hospital, en el mejor de los casos recluidos en residencias pero siempre lejos de sus seres queridos. Inmigrantes que cada día se juegan la vida simplemente por pisar nuestras costas persiguiendo un sueño que rara vez se cumple, buena parte de esos sueños acaban sepultados bajo las aguas del Estrecho, y los privilegiados que consiguen quedarse en nuestro país, en el mejor de los casos serán explotados. Y mujeres, ellas son las únicas que tienen el don de concebir, de traer vida a este mundo, nadie como ellas saben lo que eso significa, sin embargo son victimas de malos tratos psicológicos, físicos o simplemente asesinadas ante la pasividad del sistema.

A estas alturas, la risa casi incontrolada que momentos antes me había puesto en serios apuros frente a mi guapa acompañante, se había convertido en un rictus de tristeza, mientras, la carretera que me llevaba en esos momentos a Jaén, se había convertido en un camino interior que conducía directamente a lo más profundo de mi alma.

Mis reflexiones me decían que si, desgraciadamente aún son necesarios ese tipo de carteles, aún debemos aprender a tratarnos como si fuéramos personas, porque, ¿sabéis? ¡somos personas!, a veces se nos olvida, demasiadas veces se nos olvida... Pero ante todo y por encima de todo, todos, absolutamente todos, somos personas.  Así de simple.

Si veis a la chica del autobús, si reconocéis a mi guapa acompañante, decidle por favor que sólo estoy razonablemente loco, que mi comportamiento tenía una explicación, y que si un día, por fortuna, su firme caminar la lleva a mi consulta, no huya despavorida al reconocerme.

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