En vista de que hace un tiempo que el mundo del ajedrez de competición me decepciona bastante, voy a seguir publicando mis artículos, escribir es totalmente accesible, no se necesita ninguna beca y, que yo sepa, aún no se ha inventado ningún artilugio capaz de expresar sentimientos, ideas, etc. al que poder consultar. Esto es talento puro, se tiene o no se tiene, (en mayor o menor medida) Espero que les guste.
LA CHICA DEL AUTOBÚS.
Por: Francisco González García.
Imagino que pensó que me faltaban al menos un par de
tornillos, era domingo, yo había ocupado mi asiento en el autobús que me
llevaría de Úbeda a Jaén, al día siguiente debía hacer un examen, ella subió al
autobús y se sentó a mi lado, la miré fugazmente, era muy guapa, tan guapa que
me ponía nervioso, afortunadamente mis nervios eran fácilmente disimulables, mi
mente estaba en otro sitio, no lejos de allí...
Aquella tarde, al entrar en la estación de autobuses, un
cartel pegado en la primera columna llamó mi atención, resulta que la Unión
Europea ha declarado 2003 Año Europeo de la Discapacidad, no, no ha sido un
día, ni dos, todos y cada uno de los países miembros de la Unión Europea
dedicarán importantes esfuerzos ¡durante todo un año! ha mejorar la calidad de
vida de personas que como yo, sufrimos algún tipo de discapacidad, esto da idea
de la situación en la que nos encontramos, poco a poco se van consiguiendo
cosas, pero sin duda, aún queda mucho camino por recorrer.
Sin embargo, en mi primera colaboración para esta revista,
no está en mi ánimo escribir otro de mis ya clásicos, reivindicativos y
profundos artículos sobre el mundo de la discapacidad, este año está siendo
especialmente duro para mi familia, para mí, en esta ocasión quiero divertirme
escribiendo, en esta ocasión incluso me podéis tachar de frívolo, pero así es
como me siento, porque la vida es tremendamente injusta, porque la muerte
siempre será algo absurdo y sin sentido, y sobre todo, porque en estas fiestas,
echaré de menos a Javi.
No obstante, considero de justicia detenerme a agradecer a
nuestro Consistorio el que haya tenido a bien conceder un local al grupo de
voluntarios que dedican su tiempo a personas discapacitadas que, a estas
alturas ya son como de la familia. A mi juicio, dicho local abrirá un
interesante abanico de posibilidades pero en ningún caso debe pensarse en una
actuación profesional, para la que obviamente ninguno de los voluntarios estamos
preparados.
En consecuencia, vuelvo a hablaros de la chica del autobús,
del curioso cartel que fue causa de un no menos curioso viaje y que contenía
una serie de consejos para saber cómo tratar a las personas que sufren alguna
discapacidad.
Lo primero fue leerlo atentamente ya que también yo soy
discapacitado físico, y claro, me interesa saber cómo deben tratarme, me sentí
un bicho raro, ahora resulta que es necesario colgar carteles que informen de
cómo deben tratarme, los consejos eran innecesarios por evidentes, o quizás a
mí me lo parecían, pero por mi mente pasó la idea de que lo que es evidente
para mí, puede no serlo tanto para otras personas.
Si, ya sé, estamos en el año 2003 de la era de nuestro Señor
Jesucristo, todo esto ya debía estar superado, pero es innegable que si ese
cartel permanecía allí, ante mis narices, pegado en una fría columna de
estación de autobuses, es porque alguien había considerado que es necesario a
la vez que útil, por mucho que a mí me haga sentir como un bicho raro y por
mucho que sus consejos me parezcan elementales.
Estuve a punto de pegármelo en la espalda, para informar a
la gente de cómo debe tratarme, pero decidí dejarlo allí, pegado en aquella
columna, para que siguiera cumpliendo su labor informativa.
Una vez acomodado en el autobús, seguía pensando en el
dichoso cartel, e imaginaba situaciones de lo más disparatadas, imaginaba
sucesivas columnas, todas con sus correspondientes carteles, porque... seamos
sinceros, ¿qué hombre no ha deseado alguna vez tener un cartel para entender a
las mujeres?, ¡sin duda se pagaría a precio de oro!, afortunadamente ese cartel
jamás existirá, las mujeres son así, encantadoras, unas más que otras, sin
duda, pero encantadoras, no hace falta entenderlas, sólo amarlas, de todas
formas... ¡ellas tampoco nos entienden a nosotros!
Esta y otras elucubraciones por el estilo me hacían sonreír,
¡qué digo sonreír!, tenía que hacer verdaderos esfuerzos para contener la risa,
claro, mi guapa acompañante no entendía nada, mientras yo seguía viendo
carteles por todas partes, ¿cómo tratar a la suegra, a los políticos, a los
marginados, a los ancianos, a los inmigrantes, a las mujeres...?.
Intentaba disimular, miraba a través de la ventanilla
eludiendo su mirada porque ¿cómo explicarle que mi inexplicable risa era debida
al dichoso cartel?, sólo faltaba decirle que soy estudiante de Psicología, ¡me
habría tomado por loco!. Luego recordé la última secuencia de carteles
imaginarios y mi sonrisa desapareció por completo; Ancianos, inmigrantes y
mujeres.
Ancianos abandonados en gasolineras o en los pasillos de
urgencias de cualquier hospital, en el mejor de los casos recluidos en
residencias pero siempre lejos de sus seres queridos. Inmigrantes que cada día
se juegan la vida simplemente por pisar nuestras costas persiguiendo un sueño
que rara vez se cumple, buena parte de esos sueños acaban sepultados bajo las
aguas del Estrecho, y los privilegiados que consiguen quedarse en nuestro país,
en el mejor de los casos serán explotados. Y mujeres, ellas son las únicas que
tienen el don de concebir, de traer vida a este mundo, nadie como ellas saben
lo que eso significa, sin embargo son victimas de malos tratos psicológicos,
físicos o simplemente asesinadas ante la pasividad del sistema.
A estas alturas, la risa casi incontrolada que momentos
antes me había puesto en serios apuros frente a mi guapa acompañante, se había
convertido en un rictus de tristeza, mientras, la carretera que me llevaba en
esos momentos a Jaén, se había convertido en un camino interior que conducía
directamente a lo más profundo de mi alma.
Mis reflexiones me decían que si, desgraciadamente aún son
necesarios ese tipo de carteles, aún debemos aprender a tratarnos como si
fuéramos personas, porque, ¿sabéis? ¡somos personas!, a veces se nos olvida,
demasiadas veces se nos olvida... Pero ante todo y por encima de todo, todos,
absolutamente todos, somos personas. Así
de simple.
Si veis a la chica del autobús, si reconocéis a mi guapa
acompañante, decidle por favor que sólo estoy razonablemente loco, que mi
comportamiento tenía una explicación, y que si un día, por fortuna, su firme
caminar la lleva a mi consulta, no huya despavorida al reconocerme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario